martes, 25 de junio de 2019

Ética natural vs. Ética objetivista (Ayn Rand)

Toda propuesta ética debe considerar tanto el aspecto racional del hombre como el aspecto emocional. Ello se debe a que, mediante la razón, podemos orientar y controlar nuestras actitudes, limitando nuestros defectos y acentuando nuestras virtudes. Esta es la base de la introspección, que ha de ser un proceso consciente que cumple una función similar a la conciencia moral. Esta última "nos informa", desde el subconsciente, cuando hemos perjudicado a alguien, por lo que debemos corregir esa actitud.

Mientras que la ética natural contempla tanto el aspecto racional como el emocional, han surgido algunas éticas puramente racionales que relegan los aspectos emocionales a un lugar secundario. Sin embargo, desde la medicina se nos sugiere que "el hombre es un ser emocional que razona" (Daniel López Rosetti). También: "Antonio Damasio demuestra que la ausencia de emoción y sentimiento puede aniquilar la racionalidad" (De la presentación de "El error de Descartes" de Antonio Damasio-Editorial Andrés Bello-Santiago de Chile 1996).

La importancia de los afectos es tal, que su ausencia puede provocar muchos males, como es el caso de los niños pequeños que se los deja solos o que no se los acaricia suficientemente. Se supone, erróneamente, que un alejamiento afectivo los hará independientes y autónomos con mayor prontitud. Jeremy Rifkin escribió: "Aunque estaban atendidos, miles de ellos manifestaban una profunda languidez. Mostraban unos niveles elevados de depresión y las conductas estereotipadas típicas de un aislamiento interno. A pesar de disponer de comida en abudancia, de una atención médica adecuada y de un entorno razonablemente confortable, el índice de mortalidad de estos niños era muy superior al de los criados por sus padres biológicos, e incluso al de los criados con padres adoptivos o en familias de acogida".

"Los psicólogos no exigieron un cambio en los cuidados infantiles hasta la década de 1930. Empezaron a aconsejar a las enfermeras que tomaran a los niños en brazos para acunarlos, acariciarlos, consolarlos y darles una sensación de contacto íntimo. Los niños respondían de inmediato. Parecían revivir y se mostraban activos, cariñosos y llenos de vitalidad".

"Sin sentimientos ni emociones, la empatía deja de existir. Un mundo sin empatía es ajeno a la noción misma de lo que significa ser humano" (De "La civilización empática"-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 2010).

En base a las actitudes y a los efectos que producen en uno y en los demás, puede decirse que el amor, que es consecuencia de la empatía, y por el cual compartimos las penas y las alegrías ajenas como propias, es la base del bien moral. Por el contrario, el odio, o empatía negativa, por el cual la tristeza ajena produce alegría propia y la alegría ajena, tristeza propia, es la base del mal. También el egoísmo, que desconoce el proceso empático, tiende a producir efectos negativos. En el mejor de los casos, no produce el mal ni tampoco el bien (al menos desde el punto de vista afectivo). Finalmente, la negligencia, o indiferencia, también tiende a producir el mal, por lo que Wolfgang Goethe escribió: "La negligencia y la disidencia producen en el mundo más males que el odio y la maldad".

La ética natural se basa en las actitudes básicas del hombre (amor, odio, egoismo, indiferencia) de las cuales poseemos en distintas proporciones. Tales actitudes, junto al proceso empático, no son construcciones sociales o culturales, sino que son el producto de la evolución biológica. Luego, bajo el proceso de la evolución cultural, se sugiere al amor como base de la tendencia hacia la cooperación social, requisito imprescindible para la supervivencia de la humanidad.

Quienes desconocen estos procesos elementales, aducen que no existe el bien ni el mal, por cuanto desconocen tanto la ética natural como las actitudes básicas que la sustentan. Siendo la ética la ciencia social que describe el bien y el mal, para promover el primero y desalentar el segundo, resulta incoherente una postura "ética" que niegue la objetividad del bien y del mal, lo que hace suponer la validez del relativismo moral. Ayn Rand escribió: "El concepto de valor, de bien y mal, es una invención humana arbitraria, no relacionada, no originada y no sustentada por hecho alguno de la realidad..." (pág. 20)(De "La virtud del egoísmo"-Grito Sagrado Editorial-Buenos Aires 2007).

Mientras que, desde la ética natural, se consideran esenciales tanto el aspecto emocional como el racional, para la "ética objetivista" resulta prioritaria la racionalidad. Sin embargo, no debe olvidarse que los psicópatas se caracterizan por sus dotes racionales aceptables y por su carencia de empatía. La citada autora escribió (en boca de John Galt): "La felicidad es sólo posible para el hombre racional, el que no desea más que alcanzar objetivos racionales, que no busca más que valores racionales, y que no encuentra su alegría sino en acciones racionales" (pág. 42).

Resulta llamativo que la citada autora ignora totalmente la ética natural, principalmente en su versión cristiana. Como se sabe, el cristianismo propone el amor al prójimo, mientras que Ayn Rand le asocia injustificadamente el altruismo (perjudicarse uno mismo en beneficio de otro), escribiendo al respecto: "He presentado la esencia básica de mi sistema, pero es suficiente para indicar de qué manera la ética objetivista es la moralidad de la vida, en oposición a las tres principales escuelas de teoría ética: la mística, la social y la subjetiva, que han llevado al mundo a su estado actual y que representan la moralidad de la muerte".

"Estas tres escuelas difieren entre sí únicamente en la forma en que tratan el tema, pero no en su contenido, ya que son meras variantes del altruismo, la teoría ética que considera al hombre como un animal sacrificable, que sostiene que el hombre no tiene derecho de existir para sí mismo, que la única justificación de su existencia es servir a otros y que el autosacrificio constituye su mayor deber, su máxima virtud, su supremo valor moral" (Pág. 48-49)

En realidad, una madre que "sirve" a sus hijos no se "autosacrifica", sino que comparte la felicidad de ellos; a menos que adopte la "virtud del egoísmo" y destruya así el vínculo empático o afectivo. De la misma manera en que una persona es feliz compartiendo las penas y las alegrías de sus familiares, podrá hacerlo respecto de los demás integrantes del medio social, e incluso de la humanidad toda, tal la sugerencia cristiana del amor al "prójimo". Por el contrario, si nos atenemos a la propuesta ética de Ayn Rand, deberemos sólo establecer vínculos materiales a través del intercambio comercial. Al respecto escribió: "El principio de intercambio comercial es el único principio ético racional para todas las relaciones humanas, personales y sociales, privadas y públicas, espirituales y materiales. Es el principio de justicia" (pág. 45).

"La ética objetivista defiende y apoya orgullosamente el egoísmo racional, a saber: los valores requeridos para la supervivencia del hombre como hombre, o sea: los valores necesarios para la supervivencia humana, no aquellos originados sólo por los deseos, las emociones, las aspiraciones, los sentimientos, los caprichos o las necesidades de brutos irracionales que jamás lograron superar la práctica primitiva de los sacrificios humanos, que nunca descubrieron una sociedad industrial y que no conciben otro interés personal que el de arrebar el botín del momento" (Pág 44-45).

Y aquí se advierte la cercanía entre marxismo y randianismo, ya que, según el marxismo, el vínculo de unión entre los hombres han de ser los medios de producción, rachazando todo vínculo empático promovido por la burguesía y el cristianismo. Para Ayn Rand, que igualmente rechaza el vínculo empático, sugiere también un vínculo no afectivo, como es el intercambio comercial. En base a los vínculos propuestos por ambos sectores, puede decirse que proponen la existencia de sociedades de hormigas, o de abejas, pero no de sociedades humanas.

La ética natural se ha visto fortalecida por algunos hallazgos de la neurociencia, ya que las neuronas espejo resultan ser la base neurológica de la empatía, lo que corrobora la objetividad del fenómeno psicológico surgido como producto de la evolución biológica y no una creación de "brutos irracionales". Marco Iacoboni escribió: "Durante mucho tiempo la ciencia intentó sin éxito explicar la extraordinaria capacidad humana de comprender lo que los otros hacen y sienten, de entender las intenciones de los demás y reaccionar de manera adecuada a los actos ajenos".

"El descubrimiento de las neuronas espejo inició una revolución en nuestra comprensión del modo en que al interactuar con los demás usamos el cuerpo -los gestos, las expresiones, las posturas corporales- para comunicar nuestras intenciones y nuestros sentimientos. Es precisamente gracias a las neuronas espejo que se puede crear un puente entre uno y los otros y volver así posible el desarrollo de la cultura y de la sociedad: son ellas las que explican la imitación y la empatía. Del mismo modo, un déficit de neuronas espejo puede ser responsable de varios e importantes síntomas del autismo: los problemas sociales, motores y de lenguaje" (De "Las neuronas espejo"-Katz Editores-Buenos Aires 2010).

El futuro de la humanidad habrá de ser seguro y confortable siempre y cuando atendamos a lo que nos indican las leyes naturales que rigen la conducta del hombre. La "sabiduría" asociada a la evolución biológica debe contemplarse prioritariamente a las propuestas personales y subjetivas que desconocen completamente tales leyes. Jeremy Rifkin agrega: "Cuando hablamos de civilizar, queremos decir empatizar". "Sin empatía sería imposible imaginar la vida social y la organización de la sociedad, intentemos imaginar una sociedad de personas narcisistas, psicópatas o autistas. La sociedad exige ser social y ser social exige extensión empática".

Las limitaciones del objetivismo de Ayn Rand

Las filosofías objetivistas, encuadradas en el realismo filosófico, son posturas similares a la filosofía implícita en el método de la ciencia experimental. Todas adoptan como punto de partida la creencia en un mundo real que existe en forma independiente del hombre que lo observa. Nicola Abbagnano escribió: “Objetivismo: Cualquier doctrina que admita la existencia de objetos (significados, conceptos, verdades, valores, normas, etc.) válidos independientemente de las creencias y de las opiniones de los diferentes sujetos” (Del “Diccionario de Filosofía”-Fondo de Cultura Económica SA de CV-México-1986).

En cuanto a los científicos, Konrad Lorenz escribió: “La piedra angular del método científico es el postulado sobre la objetividad de la Naturaleza. Esto escribe Jacques Monod en su famosa obra «La causalidad y la necesidad». Asimismo dice que al ideario filosófico existente antes de Descartes y Galileo todavía le faltaba la rigurosa censura establecida por el postulado de la objetividad”.

“Como resulta evidente, estas dos frases exponen dos postulados, de los cuales el primero concierne al objeto de la investigación mientras que el segundo se orienta hacia el investigador. Naturalmente, si queremos dar algún sentido a nuestra indagatoria es preciso presuponer ante todo la existencia real de aquello que nos proponemos investigar. Pero, por otra parte, se le debe imponer al investigador una exigencia cuya definición no es sencilla ni mucho menos” (De “La otra cara del espejo”-Plaza & Janés Editores SA-Barcelona 1974).

La exigencia que el método científico impone al investigador implica una autocorrección de errores cuando una descripción realizada no concuerda con la realidad, debiéndola modificar o bien desechar en caso de ser dificultosa una reelaboración. Por su parte, el filósofo objetivista, al no tener que cumplir con este requisito (de lo contrario sería un científico), afronta el peligro de caer en cierta postura idealista cuando confía demasiado en sus deducciones racionales. Es decir, aun cuando adopte como punto de partida al objetivismo, sus conclusiones no verificadas pueden caer en el extremo de constituir éticas que no se adaptan a la naturaleza humana.

Este es el caso de la ética objetivista de Ayn Rand cuando propone al “egoísmo racional” como sugerencia moral que deberían adoptar los seres humanos para una mejora individual. Al no considerar prioritarios los aspectos emocionales de nuestra naturaleza humana, especialmente nuestra capacidad empática, consigue orientarnos hacia una sociedad de narcisistas y psicópatas, que son precisamente los tipos psicológicos que carecen, parcial o totalmente, de capacidad empática.

Si tuviésemos que diseñar una sociedad perdurable en el tiempo, seguramente tendríamos en cuenta dotar a cada uno de sus integrantes de cierta capacidad para compartir tanto lo bueno como lo malo que le suceda a sus semejantes. De esa manera nos aseguraríamos la existencia de una predisposición a hacer el bien y evitar el mal de los demás, por cuando ello implicaría parcialmente nuestro propio bien y nuestro propio mal.

El proceso evolutivo, en su sabiduría implícita, nos ha provisto de las emociones básicas que favorecen nuestra supervivencia (alegría, tristeza, miedo, asco, ira, sorpresa) y, principalmente, la empatía (transferencia de emociones). De ahí que exista una ética natural basada en nuestra capacidad para compartir alegrías y tristezas ajenas.

Debido a que también existe la posibilidad de una “empatía negativa”, por la cual la alegría ajena nos genera tristeza propia, y el dolor ajeno alegría propia, es necesario el razonamiento para permitirnos corregir nuestras actitudes destructivas. Respecto de Charles Darwin leemos: “Su propósito era mostrar que las emociones responden a una lógica evolutiva y que, como tales, son el resultado de la selección natural, como cualquier otro rasgo que haya sido seleccionado por contribuir a la supervivencia o al éxito reproductivo. Si las emociones están ahí tanto en el hombre como en los animales es porque desempeñan una función adaptativa, o por lo menos la han desempeñado en algún momento del pasado”.

“Estas consideraciones supusieron una notable revolución científica en aquella época, pues con ellas se ponía fin a la concepción predominante hasta entonces según la cual las emociones sólo entorpecían el pensamiento lógico y las decisiones racionales. Al contrario, el miedo nos permite huir o prepararnos para el ataque en presencia de un peligro. A su vez, otras emociones como, por ejemplo, el amor contribuyen a reforzar los vínculos con las demás personas, lo que a su vez incrementa nuestra probabilidad de supervivencia (al empujarnos a buscar el bienestar del individuo al que apreciamos), de mantener la especie (mediante la procreación) o de hacer frente a las dificultades («la unión hace la fuerza»)” (De “El cerebro y las emociones” de Tiziana Cotrufo y Jesús Mariano Ureña Bares-Editorial Salvat SL-Barcelona 2018).

La ética cristiana, por la cual se sugiere compartir las penas y las alegrías ajenas como propias, resulta compatible con el proceso evolutivo y con la empatía. Tiene en cuenta las emociones básicas del ser humano y sugiere acentuarlas en función de los resultados concretos que producen. De ahí que no resulte extraña la animadversión de Ayn Rand en contra del cristianismo, por lo que expresó en una entrevista: “No es sólo inmoral amar al prójimo como nos han enseñado tradicionalmente, es imposible” (En www.youtube.com).

Si bien es imposible “amar al prójimo como a uno mismo” no es inmoral “amar al prójimo”. Si consideramos al mandamiento cristiano como una actitud a adoptar, implica justamente una tendencia moral que orientará nuestra vida futura, y no como un objetivo concreto a lograr. Por el contrario, es inmoral y antinatural la sugerencia hacia el “egoísmo racional” por cuanto conduce al narcisismo (débil empatía) o bien a la psicopatía (ausencia de empatía). Es decir, se pueden comprobar fácilmente los resultados de comportamientos empáticos tanto como aquellos puramente racionales, pudiéndose concluir que la ética randiana resulta inmoral desde el punto de vista de las leyes naturales que rigen nuestra conducta y del proceso evolutivo que permite la supervivencia humana.

Otras expresiones de Ayn Rand son las siguientes: “Los hechos son hechos, independientemente de las emociones, los deseos, las esperanzas o los miedos de los hombres”. Esta expresión tiene validez para los fenómenos descriptos por la física o la química, pero no para los fenómenos sociales, ya que, en el caso de la economía, las decisiones individuales dependen de factores subjetivos, especialmente emocionales, que hacen que el pronóstico económico sea imposible de establecer con cierta seguridad.

La inexistencia de un sentido del universo también se advierte en la mencionada autora, no teniendo presente que la existencia de leyes naturales invariantes asegura cierta finalidad implícita del universo, si bien esa finalidad puede ser considerada tanto “buena” como “mala”, según las opiniones humanas. Al respecto expresó: “No existe ningún designio en la naturaleza”. “El hecho de que la naturaleza siga ciertas leyes, no es el resultado de un plan, sino de la ley de Identidad”.

Una filosofía que pretenda ser objetivista debe necesariamente ser compatible con aquellos conocimientos aportados por la ciencia experimental y que hayan sido suficientemente verificados. Por el contrario, la postura de los seguidores de Ayn Rand siguen desconociendo el mundo objetivo de los fenómenos naturales (especialmente humanos y sociales) para seguir fielmente un racionalismo alejado de la realidad.

Quienes pretenden que sea el egoísmo el fundamento del capitalismo, solo consiguen denigrarlo. Por el contrario, Max Weber en su libro “El protestantismo y el espíritu del capitalismo” asocia las virtudes cristianas a la vida simple y al hábito del ahorro, que es la esencia de la formación posterior del capital productivo. Sólo la persona que prioriza lo afectivo y lo intelectual está en condiciones de restringir gastos superfluos en el presente para asegurar el futuro.

Mientras que, para el cristiano, es el amor al prójimo una virtud y el egoísmo un defecto, para Ayn Rand el amor al prójimo es un defecto y el egoísmo una virtud. Si las virtudes, en el sentido cristiano, favorecen el ahorro y la formación de capital, seguramente que ello no ocurrirá en el caso de una “ética” totalmente opuesta.

Empatía, egoísmo y altruismo

Las principales propuestas éticas, que buscan el predominio de la cooperación, o bien de uno mismo o de los demás, responden a los objetivos esquematizados a continuación:

Cooperación: el individuo A se interesa en sí mismo y también en el individuo B
Egoísmo: el individuo A se interesa sólo en sí mismo y poco o nada en el individuo B
Altruismo: el individuo A se interesa poco en sí mismo y bastante en el individuo B

Desde el punto de vista de los atributos que nos ha provisto el proceso evolutivo, sólo las dos primeras opciones tienen en cuenta nuestras actitudes básicas, mientras que el altruismo implica abandonar tanto el amor propio como el egoísmo siendo una ética esencialmente antinatural. Ello se debe a que, si alguien realiza una acción que beneficia a otra persona a costa de su propio perjuicio o incomodidad material, pero recibiendo una compensación emocional positiva, en realidad estaría cooperando con el otro. El verdadero altruismo, por el contrario, implica un hábito de vida por el cual se busca beneficiar a otros sin esa compensación emocional, especialmente cuando el destinatario es anónimo, como es el caso de la obligatoriedad impuesta por los gobiernos totalitarios respecto del trabajo personal exigido a favor del Estado (o de la clase dirigente socialista) como intermediarios de una posterior y generalizada redistribución.

La empatía, proceso que nos permite compartir las penas y las alegrías ajenas como propias, es el medio que disponemos para protegernos de una posible agresión de los demás. De la misma manera en que el miedo nos protege de nuestra propia destrucción, la empatía, al permitirnos ubicarnos imaginariamente en la situación mental o afectiva de los demás, al menos nos permite evitar perjudicarlos voluntariamente de alguna manera, incluso permitirá beneficiarlos si nuestra empatía está lo suficientemente desarrollada. De ahí que las éticas basadas en la empatía son las que mejor se adaptan al objetivo de alcanzar la felicidad individual y social tanto como nuestra supervivencia como especie.

Las éticas que proponen el “egoísmo racional” muestran cierta ignorancia respecto de los atributos que nos ha provisto el proceso evolutivo. Debe tenerse presente que, tanto la empatía como el razonamiento, cumplen funciones esenciales en el proceso de adaptación al orden natural. Sin embargo, debe priorizarse la empatía a la razón por cuanto, sin razonamiento y con empatía, podemos establecer vínculos afectivos con niños pequeños y hasta con animalitos domésticos, mientras que con el razonamiento y sin empatía, dejamos de ser seres humanos normales para acercarnos al narcisismo y a la psicopatía.

Mientras que, desde las éticas empáticas, se nos sugiere “amar al prójimo como a uno mismo”, desde las éticas egoístas se nos sugiere ser cada vez más egoístas, ya que consideran que “el amor al prójimo es inmoral”. De ahí que sea conveniente conocer las personalidades de quienes relegan la empatía a un lugar secundario exaltando el egoísmo, ya que consideran al egoísmo como una virtud.

Quienes se proponen aumentar su egoísmo personal (por considerarlo una virtud) tienden a reducir sus vínculos afectivos o sociales, por lo cual van construyendo una personalidad antisocial. Enrique Rojas describe tanto la personalidad del narcisista como la del psicópata:

“Trastorno narcisista: un patrón general de grandiosidad (en la imaginación o en el comportamiento), una necesidad de admiración y una falta de empatía, que empiezan al principio de la edad adulta. Se dan en diversos contextos, como lo indican cinco (o más) de los siguientes puntos:

1- Tiene un grandioso sentido de «autoimportancia» (por ejemplo, exagera sus capacidades, espera ser reconocido como superior sin unos logros proporcionados).
2- Está preocupado por fantasías de éxito ilimitado, poder, brillantez, belleza o amor imaginarios.
3- Cree que es «especial» y único, y que sólo puede ser comprendido o sólo puede relacionarse con otras personas (o instituciones) de alto estatus.
4- Exige una admiración excesiva.
5- Es muy pretencioso (por ejemplo, expectativas poco razonables de recibir un trato de favor especial o de que se cumplan automáticamente sus expectativas).
6- Saca provecho de los demás para alcanzar sus propias metas.
7- Carece de empatía: es reacio a reconocer o identificarse con los sentimientos y necesidades de los demás.
8- Envidia frecuentemente a los demás o cree que los demás lo envidian a él.
9- Presenta comportamientos o actitudes arrogantes o soberbios”
(De “¿Quién eres?”-Ediciones Temas de Hoy SA-Madrid 2001).

Si el egoísmo es una virtud, a mayor egoísmo más virtud; si el amor al prójimo es inmoral, mientras menos amor al prójimo, mayor virtud (simples deducciones lógicas y racionales). De esa forma se va llegando al perfeccionamiento del egoísmo y de la no empatía: la personalidad del psicópata. Enrique Rojas define así esa personalidad:

“Un patrón general de desprecio y violación de los derechos de los demás que se presenta desde los 15 años, como lo indican tres (o más) de los siguientes puntos:

1- Fracaso para adaptarse a las normas sociales en lo que respecta al comportamiento legal, como lo indica el perpetrar repetidamente actos que son motivos de detención.
2- Deshonestidad, indicada por mentir repetidamente, utilizar un alias, estafar a otros para obtener un beneficio personal o por placer.
3- Impulsividad o incapacidad para planificar el futuro.
4- Irritabilidad y agresividad, indicados por peleas físicas repetidas o agresiones.
5- Despreocupación imprudente por su seguridad o la de los demás.
6- Irresponsabilidad persistente, indicada por la incapacidad de mantener un trabajo con constancia o de hacerse cargo de obligaciones económicas.
7- Falta de remordimiento, como lo indica la indiferencia o la justificación del haber dañado, maltratado o robado a otros.

En cuanto al egoísmo, la mayor parte de los autores lo reconocen como un defecto. José Ortega y Gasset escribió: “El egoísmo consiste en no servir a nada fuera de sí, en no trascender de sí mismo. El egoísta es un hombre sin ideal”. Por otra parte, Jean-Marie Guyau expresó: “La felicidad puramente egoísta de ciertos epicúreos es una quimera, una abstracción, una imposibilidad: los verdaderos placeres humanos son todos más o menos sociales. El egoísmo puro, en vez de ser una real afirmación de sí, es una mutilación de sí”.

Émile-Auguste Alain escribió: “El egoísta hace de su propia felicidad la ley de quienes le rodean. Pero las cosas no marchan de este modo; el egoísta está triste porque espera la felicidad; es, por tanto, la ley del aburrimiento y la desgracia lo que el egoísta impone a quienes le aman o le temen”.

Respecto a los aspectos intelectuales, Jean Piaget escribió: “La construcción del mundo objetivo y la del razonamiento riguroso consisten ambas, en efecto, en una reducción progresiva del egocentrismo del pensamiento en beneficio de una progresiva socialización, es decir, de una objetivación y una puesta en reciprocidad de los puntos de vista” (Citas del “Diccionario del Lenguaje Filosófico” de Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).

Adam Smith y el mito de la codicia

Por Tom G. Palmer

En este ensayo, el autor desvela el mito de un Adam Smith ingenuo que creía que el “interés propio” era suficiente para crear prosperidad. Pareciera que aquellos que citan a Smith en ese sentido jamás leyeron más que algunas citas de sus trabajos, y no están al tanto del gran énfasis que Smith le asignó al papel de las instituciones y a los efectos nocivos que las conductas signadas por el interés propio pueden tener si se canalizan a través de las instituciones coercitivas del Estado. El Estado de Derecho, la propiedad, los contratos y el intercambio canalizan el interés propio hacia el beneficio mutuo, mientras que la anarquía y el no respeto a la propiedad confieren al interés propio un sentido totalmente distinto y profundamente nocivo.

Se suele escuchar con frecuencia que Adam Smith creía que si las personas se limitaban a actuar con egoísmo, todo estaría bien en el mundo: que “la codicia hace girar al mundo”. Smith, desde ya, no creía que depender exclusivamente de motivaciones egoístas fuera a hacer del mundo un mejor lugar, ni promovía o alentaba comportamientos egoístas. El extenso análisis que presenta en "La teoría de los sentimientos morales" sobre la función del “espectador imparcial” debería descartar dichas interpretaciones erróneas.

Smith no era un defensor del egoísmo, pero tampoco era suficientemente ingenuo como para creer que la devoción desinteresada al bienestar de los demás (o el hecho de profesar esa devoción) harían del mundo un mejor lugar. Como señaló Stephen Holmes en su ensayo correctivo “The Secret History of Self-Interest”. Smith conocía a la perfección los efectos destructivos de muchas pasiones “desinteresadas”, como la envidia, la malicia, la venganza, el fanatismo y demás. Los fanáticos desinteresados de la Inquisición española hicieron lo que hicieron con la esperanza de que en el último momento de agonía los herejes moribundos se arrepintieran y recibieran la gracia divina de Dios. Esa doctrina se denominaba justificación salvífica. Humberto de Romans, en sus instrucciones para los inquisidores, insistía que ellos justificaran ante la congregación los castigos que debían imponer a los herejes, por qué “rogamos a Dios, y les rogamos que se unan a nosotros en oración, para que el don de su gracia permita a aquellos que deben ser castigados soportar pacientemente los castigos que pretendemos imponerles (en demanda de justicia, pero con dolor), de modo que redunden en la salvación. Es por eso que imponemos dichos castigos”

En opinión de Smith, esa devoción desinteresada al bienestar de los demás no era moralmente superior a aquellos mercaderes supuestamente egoístas que buscaban enriquecerse vendiendo cerveza y pescado seco salado a los clientes sedientos y hambrientos. Smith es difícilmente un defensor general de las conductas egoístas, ya que la posibilidad de que dichas motivaciones permitan impulsar el bienestar general “como si fueran guiadas por una mano invisible” depende en gran medida del contexto de las acciones y, en particular, del marco institucional.

En ocasiones, nuestro deseo egoísta de caer bien a los demás puede, de hecho, llevarnos a adoptar una perspectiva moral, ya que nos hace pensar en cómo los otros nos perciben. En los contextos interpersonales a pequeña escala que suelen describirse en la "Teoría de los sentimientos morales", es posible que esa motivación resulte en un beneficio general, ya que el “deseo de convertirnos en objeto de los mismos sentimientos agradables y de ser tan afables y admirables como aquellos que más amamos y admiramos” nos exige “convertirnos en espectadores imparciales de nuestro carácter y nuestra conducta”. Incluso el interés propio aparentemente excesivo, bajo un marco institucional correcto, puede ser beneficioso para otros, como ocurre en la historia que cuenta Smith acerca del hijo del hombre pobre cuya ambición lo lleva a trabajar incansablemente a fin de acumular riqueza y que descubre tras una vida de trabajo duro que no es más feliz que el mendigo que toma sol al costado del camino; la búsqueda ambiciosamente excesiva del propio interés por parte del hijo del hombre pobre benefició al resto de la humanidad, ya que lo llevó a producir y acumular la riqueza que hizo posible la existencia de muchos otros, ya que “la tierra, por estos trabajos del hombre, se vio obligada a redoblar su fertilidad natural y a mantener a una mayor multitud de habitantes”

En el contexto más amplio de la economía política descrito en muchos pasajes de la "Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones", específicamente aquellos referidos a la interacción con las instituciones del Estado, no es tan probable que la búsqueda del propio interés tenga efectos positivos. El propio interés de los mercaderes, por ejemplo, los lleva a ejercer presión sobre el Estado para promover la generación de consorcios, el proteccionismo o incluso la guerra: “... esperar, de hecho, que la libertad de comercio se restaurare completamente en Gran Bretaña, es tan absurdo como esperar que una Océana o una Utopía se establezcan en el país. No se oponen solo los intereses del público, sino también al interés privado de muchas personas, que es mucho.

"En el sistema de leyes que se creó para la gestión de nuestras colonias en América y en las Indias Occidentales, el interés del consumidor local se sacrificó a favor del interés del productor con una extravagante profusión de normas mayor que en todo el resto de nuestras regulaciones comerciales. Se creó un gran imperio con el único fin de desarrollar una nación de clientes que debían ser obligados a comprar en los comercios de nuestros diversos productores todos los bienes que dichos comercios podrían ofrecerles. En pos de esa leve mejora del precio que este monopolio podría habilitar a nuestros productores, los consumidores locales han sido sometidos a la carga de mantener y defender dicho imperio. Con ese fin y ningún otro, en las últimas dos guerras, se gastaron más de doscientos millones y se contrajo nueva deuda de más de ciento setenta millones por encima de lo que se había gastado en guerras anteriores. El interés de esa deuda en sí mismo no solo es mayor que toda la ganancia extraordinaria que pueda proyectarse y que se logrará a partir del monopolio del comercio colonial, sino también que el valor completo de ese comercio o el valor total de los bienes que se exportaron en promedio a las colonias anualmente".

Por lo tanto, la opinión de Smith acerca de la afirmación de Gordon Gecko, el personaje de la película Wall Street, de Oliver Stone, “La codicia es buena”, es sin lugar a dudas: “a veces sí, a veces no” (asumiendo que todo comportamiento que proviene interés propio es “codicia”). La diferencia es el marco institucional.

¿Qué ocurre con la opinión habitual de que los mercados favorecen las conductas egoístas, qué la actitud psicológica que engendra el intercambio promueve el egoísmo? No conozco ninguna razón de peso para pensar que los mercados promueven el egoísmo o la codicia, en el sentido de que la interacción de mercado aumente la cantidad de codicia o la propensión de las personas a ser egoístas en comparación con lo que se observa en las sociedades gobernadas por Estados que suprimen, desalientan, o perturban los mercados, o interfieren con ellos. De hecho, los mercados posibilitan que los más altruistas, y también los más egoístas, persigan sus fines en paz. Los que dedican sus vidas a ayudar a los demás usan los mercados con Adam Smith, ese fin, tal como los utilizan aquellos que tienen la meta de aumentar su acumulación de riqueza. Algunos de estos últimos incluso acumulan riqueza para aumentar su capacidad de ayudar a otros. George Soros y Bill Gates son ejemplos de esa actitud; ganan enormes cantidades de dinero, al menos en parte para aumentar su capacidad de ayudar a otros a través de sus variadas actividades solidarias.

La generación de riqueza en el contexto de la búsqueda de ganancias les permite ser generosos. Un filántropo o santo desea usar la riqueza que tiene disponible para alimentar, vestir y confortar a la mayor cantidad de personas posibles. Los mercados le permiten encontrar los precios más bajos de abrigo, de alimento y de medicamentos para atender a quienes necesitan su asistencia. Los mercados permiten que la generación de riqueza pueda utilizarse para ayudar a los desafortunados y facilitan que los caritativos maximicen su capacidad de ayudar a otros. Los mercados hacen posible la caridad.

Un error común es el de identificar los fines de las personas exclusivamente con su “interés propio”, que a su vez se confunde con “egoísmo”. Los fines de las personas en el mercado son, en efecto, fines personales, pero como personas con fines, también nos preocupan los intereses y el bienestar de los otros: los integrantes de nuestra familia, nuestros amigos, nuestros vecinos e incluso completos extraños que jamás conoceremos. Los mercados ayudan, sin duda, a las personas a tomar consciencia sobre las necesidades de los otros, incluso de completos extraños.

Philip Wicksteed presentó un análisis matizado de las motivaciones en los intercambios de mercado. En lugar de referirse al “egoísmo” para explicar las motivaciones detrás de la participación en intercambios de mercado (uno podría ir al mercado para comprar alimento para los pobres, por ejemplo), acuñó el término “no-tuismo”. Podemos vender nuestros productos para ganar dinero para ayudar a nuestros amigos o incluso a extraños, pero cuando regateamos para obtener el precio más bajo o el más alto, no es habitual que lo hagamos teniendo en cuenta el bienestar de la otra parte con la que estamos negociando. Si lo hacemos, estamos haciendo un intercambio y un regalo, lo que complica un poco la naturaleza del intercambio. Aquellos que pagan deliberadamente más de lo necesario no suelen ser buenos empresarios, y, como señalara H.B. Acton en su libro "The Morals of the Markets", administrar un negocio con pérdidas es en general una manera muy insensata, e incluso estúpida, de ser filántropo.

Para aquellos que celebran la participación en política como algo superior a la participación en la industria y el comercio, es necesario recordar que la primera actividad puede ser muy dañina y es poco habitual “La características específicas de una relación económica no es su ‘egoismo’, sino su ‘no-tuismo’”. Voltaire señaló: "En Francia puede ser el marqués quien lo desee; cualquiera puede llegar a París desde una provincia distante, con suficiente dinero para gastar y un nombre terminado en “ac” o en “ille”, y permitirse decir: “Un hombre como yo, un hombre de mi categoría...”, y despreciar soberanamente a un comerciante. El comerciante es tan tonto que al oír hablar con frecuencia despectivamente de su profesión, termina por avergonzarse. Sin embargo, no sé quién es más útil a una Nación, si un noble todo empolvado, que sabe exactamente a qué hora se acuesta y se levanta el rey, que se pavonea como un gran señor mientras representa el papel de esclavo en las antecámaras de un ministro, o un comerciante que enriquece a su país, que desde su escritorio da órdenes a Surata y El Cairo, y contribuye a la felicidad del mundo.

Los comerciantes y los capitalistas no deben avergonzarse cuando nuestros políticos e intelectuales contemporáneos los miran con desdén y se pavonean declamando esto y condenando aquello, sin dejar de demandar que los comerciantes, capitalistas, trabajadores, inversionistas, artesanos, agricultores, inventores y demás productores fructíferos generen la riqueza que los políticos confiscan y que los intelectuales anticapitalistas odian, pero consumen codicio- samente.

Los mercados no presuponen ni dependen de que las personas sean egoístas, como tampoco lo hace la política. Tampoco es cierto que los intercambios de mercado fomenten conductas o motivaciones más egoístas que la política. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurre en el caso de la política, el libre intercambio entre participantes dispuestos genera riqueza y paz, condiciones que permiten el florecimiento de la generosidad, la amistad y el amor. Y eso también tiene su mérito, como muy bien comprendió Adam Smith.

(De https://www.elcato.org/pdf_files/La_Moralidad_del_Capitalismo.pdf)

Ahuyentando futuros adeptos al liberalismo

Muchos se preguntan sorprendidos acerca de por qué el liberalismo tiene muy poca aceptación en muchos países a pesar de la superioridad que la democracia política y la democracia económica han mostrado a lo largo y a lo ancho del mundo. El principal factor ha sido, seguramente, la tenaz y persistente difamación que sufre por parte de los sectores socialistas. El segundo factor, no menos importante, ha sido la incapacidad de varios de sus “adeptos” que no pudieron rebatir aquella difamación o bien por interpretar erróneamente la esencia de la postura liberal.

Este es un caso similar a lo que ocurre con el cristianismo, denostado por sus enemigos y debilitado internamente por sus “predicadores”. Así como surgieron varias iglesias y sectas cristianas, antagonistas entre ellas, en el liberalismo han surgido divisiones importantes que afianzan la debilidad mostrada.

Mientras que, lo que Cristo dijo a los hombres fue reemplazado por lo que los hombres dicen sobre Cristo, los emisores secundarios liberales transmiten sus posturas personales dejando un tanto de lado lo indicado por las figuras más representativas del liberalismo. Si bien no existe en este caso una férrea ortodoxia que obligatoriamente deba aceptarse, al menos existen algunos principios que deberían ser comunes para las diversas posturas en pugna.

El principal punto de disidencia radica en los fundamentos éticos que sustentan al liberalismo. Si se tiene en cuenta que, en una economía de mercado, los intercambios deben perdurar en el tiempo, la ética subyacente debe entonces promover la cooperación social y el beneficio de ambas partes intervinientes. De lo contrario, cuando predomina la actitud egoísta, por la cual los participantes poco o nada tienen en cuenta las ventajas de los demás, aparecen situaciones inestables que, con el tiempo, conducirán a la interrupción de aquellos vínculos de intercambio.

La ética que mejor se adapta a este tipo de intercambio es la ética cristiana, por cuanto sugiere “amar al prójimo como a uno mismo”, lo que implica “amar al prójimo IGUAL que a uno mismo”. Es importante destacar que propone una postura igualitaria en lugar de una actitud de debilidad o de inferioridad, en cuyo caso el mandamiento indicaría “amar al prójimo MÁS que a uno mismo”, entrando en el terreno del altruismo. Justamente, el cristianismo es criticado erróneamente al ser considerado una “postura débil”, que favorece el mal, por parte de quienes carecen de empatía suficiente, como es el caso de Nietzsche y de los fascistas, socialistas y ateos en general. Desconocen casos como el de una madre que muestra una fortaleza ilimitada en cuanto corre peligro alguno de sus hijos. De ahí que el Mahatma Gandhi haya exaltado “la fuerza del amor y la verdad”.

Debido a que la ética cristiana resulta enteramente compatible con la postura liberal, no es de extrañar que haya sido también el principal fundamento de la denominada “civilización occidental”. Si bien ello no implica que todo auténtico liberal deba necesariamente adherir al cristianismo, al menos la ética personal aceptada no debe tampoco diferir demasiado de ella. Konrad Adenauer escribió: “Después de la caída de sus ídolos totalitarios y de los sufrimientos de la guerra, el pueblo alemán se encontró delante de un abismo. Pero aun entonces se hizo evidente que no había perdido del todo cierta conciencia de los valores de la Cristiandad Occidental”.

“Europa es la tierra nativa del cristianismo Occidental. Y si deseamos, como es nuestra obligación, extraer una enseñanza de todas las miserias por las que hemos atravesado en las últimas décadas, forzosamente llegaremos a la conclusión de que, aun en la política, la idea cristiana de la justicia y del derecho, de la bondad y la ayuda al prójimo, debe ser la fuerza rectora que impulse nuestros actos”.

“El mundo no puede existir sin una Europa Cristiana y Occidental. Esta verdad comprende a los Estados Unidos, cuyo espíritu es también occidental y cristiano. Queremos salvar esta Europa nuestra. Porque Europa es en verdad la madre del mundo, y nosotros somos sus hijos. Nosotros, los hijos de Europa, debemos salvar a nuestra madre. Nosotros, sobre todo, los que basamos en convicciones cristianas toda nuestra obra, aun la política, tanto en la patria como en el extranjero debemos, más que cualquier otro, asumir la plena responsabilidad de salvar la Europa Occidental Cristiana. El pueblo alemán podrá expiar todo el daño que los nacionalsocialistas han hecho al mundo, consagrando la totalidad de sus energías a la salvación de la Europa Occidental Cristiana” (De “Un mundo indivisible”-Editorial La Isla SRL-Buenos Aires 1956).

El citado autor, que dirigió políticamente el proceso conocido como “el milagro alemán”, nos advierte que la economía de mercado tuvo el éxito esperado porque tuvo un fundamento ético adecuado. Este ha sido también el caso de los EEUU, donde el capitalismo pudo establecerse gracias a que la población es mayoritariamente cristiana.

Entre las “sectas liberales” surgidas en el siglo XX, aparece la liderada por Ayn Rand. Si asociamos el éxito del capitalismo a una subyacente ética cristiana, puede decirse que tal autora no responde al calificativo de “liberal”. Ello se debe a que comete el mismo error de Nietzsche y de los ideólogos totalitarios al presuponer que el cristianismo promueve el “altruismo”. Al adoptar una postura antagónica al cristianismo, y a la civilización occidental, tuvo el rechazo de varios sectores estadounidenses, si bien se le reconocen sus importantes aportes al esclarecimiento del funcionamiento del socialismo real. George H. Nash escribió: “El sistema de valores de Ayn Rand sostenía que «el hombre existe por sí mismo, la prosecución de su propia felicidad es su propósito moral más elevado, no debe sacrificarse por otros ni sacrificar a otros por sí mismo». Cualquier cosa que denigrara el racionalismo, la autoconfianza y la libertad del hombre era considerada perversa. Por lo tanto, se condenaba la religión, el colectivismo, incluso el altruismo, y la cruz del cristianismo era denunciada como «el símbolo del sacrificio de lo ideal a lo no-ideal». En lugar de la cruz y de su ética, ella ofrecía el auto-interés racional y el signo dólar, el símbolo del «libre comercio y, por lo tanto, de una mente libre»”.

“Para Rand, el único sistema compatible con la libertad humana era el capitalismo extremo del laissez-faire. Agresividad, egoísmo, energía, racionalidad, auto-respeto, la «virtud del egocentrismo» eran algunos de los valores que la autora entronizaba. Con el aplomo de una mujer hecha gracias a su propio esfuerzo, Rand declaró con toda calma: «Estoy desafiando a la tradición cultural de dos mil quinientos años»” (De “La rebelión conservadora en Estados Unidos”-Grupo Editorial Latinoamericano SRL-Buenos Aires 1987).

El desafío a la “tradición cultural” mencionado consiste en una ética comercial que asume la ingenua creencia que, desde la economía, se podrán solucionar todos los problemas individuales y sociales. De ahí que a esta postura se la denomina a veces como “marxismo de mercado”, ya que la idea básica del marxismo implica que toda actitud respecto de lo social depende esencialmente de la economía. El liberalismo auténtico, por el contrario, admite la necesidad de una ética no económica que debe predominar previamente a la aceptación de la economía de mercado. Ayn Rand escribió: “El principio de intercambio comercial es el único principio ético racional para todas las relaciones humanas, personales y sociales, privadas y públicas, espirituales y materiales. Es el principio de justicia” (De “La virtud del egoísmo”-Grito Sagrado Editorial-Buenos Aires 2007).

Entre los primeros críticos de “La rebelión de Atlas”, la exitosa novela de Ayn Rand, aparece Whittaker Chambers. Al respecto, George H. Nash escribe: “Para Chambers, el libro era una pesadilla literaria y filosófica. El argumento era «ridículo», la caracterización «primitiva» y caricaturezca, y gran parte de sus efectos eran «sofísticos». En realidad, no era en absoluto una novela, sino un «mensaje», la biblia anti-religiosa del «materialismo filosófico» en donde «…el hombre randiano, al igual que el hombre marxista, se convierte en el centro de un mundo sin dios». Más aún, a pesar de toda su oposición al Estado, lo que Rand deseaba, según Chambers, era una sociedad controlada por una «elite tecnocrática» similar a la de los absurdos héroes de su novela. Sin duda, toda la obra estaba invadida por un «tono dictatorial»”.

El ataque de Rand a la «cultura que ha dado origen a todas nuestras libertades» (M. Stanton Evans) se advierte en la actualidad en las coincidencias de ciertos “liberales” que apoyan y promueven el aborto y el libertinaje pleno, en una total coincidencia con los ideólogos que promueven el “marxismo cultural”, tendencia que intenta destruir la civilización occidental por medios no violentos.

La secta randiana no sólo se destaca por ahuyentar futuros adeptos al liberalismo auténtico, ya que al predicar “la virtud del egoísmo” aleja a quienes han construido sus personalidades bajo el predominio de actitudes cooperativas, sino que además promueve el acercamiento al socialismo de muchos cristianos desprevenidos al considerar erróneamente que el cristianismo promueve el altruismo (y no el amor), de la misma manera en que lo creen los socialistas.

La prioridad cristiana, implícita en la expresión: “Primeramente buscad el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura”, indica que debemos primeramente buscar el gobierno de la ley natural sobre cada uno de nosotros, lo que implica un autogobierno personal. Por el contrario, tanto el marxismo como el randismo proponen la prioridad de lo económico para lograr luego lo espiritual (a través del socialismo y a través del mercado, respectivamente).

Egoísmo vs. Virtudes burguesas

Aún hoy se mantiene vigente la discusión acerca de si el capitalismo práctico debe basarse en el egoísmo generalizado de sus actores o bien, por el contrario, debe basarse en una actitud de cooperación que contemple tanto el interés propio como el de los demás. En otras palabras, si el capitalismo funciona bien en base al egoísmo humano o a pesar de ese egoísmo.

Es fácil advertir que los intercambios comerciales, entre dos individuos A y B, se mantendrán en el tiempo siempre y cuando ambos se beneficien. De lo contrario, si existe un beneficio unilateral, tales intercambios se bloquearán. Previendo su prolongación en el tiempo, ambos individuos contemplarán seguramente tanto el interés propio como el del otro. De ahí que debería predominar la cooperación antes que el egoísmo, si bien algunos interpretarán (para salvar una postura indefendible) que la cooperación social implica un “egoísmo de a dos”.

Es indudable que el egoísmo siempre existirá en los hombres. Sin embargo, ante la dura competencia existente en un mercado libre, tal proceso conducirá todo egoísmo excesivo a uno moderado, por cuanto el éxito en este caso dependerá de la capacidad del empresario de satisfacer las demandas del cliente, por lo que, necesariamente, deberá pensar tanto en sus ventajas como en las del cliente, mostrando que no es el egoísmo el que debe predominar sino el espíritu de cooperación social.

Los actuales promotores del “egoísmo racional”, como es el caso de los seguidores de Ayn Rand, parten de una disyuntiva falsa, ya que contemplan tan sólo al egoísmo y al altruismo como las únicas posibles actitudes del hombre, dejando de lado la postura implícita en la ética cristiana que promueve una actitud de cooperación entre ambas partes intervinientes en un intercambio comercial, como una tercera posibilidad.

El análisis dual de Ayn Rand parece haber sido el predominante en el siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX, ya que otros autores caen en el mismo error, o en la misma omisión. Herbert Spencer escribía: “En los dos capítulos anteriores se han presentado pruebas a favor del egoísmo y las pruebas a favor del altruismo. Ambos están en conflicto; ahora corresponde que consideremos el veredicto…Tanto el egoísmo puro cuanto el altruismo puro son ilegítimos. Si es verdad que la máxima «vive para ti mismo» es equivocada, también lo es la que afirma «vive para los demás». Un compromiso es, pues, la única posibilidad” (Citado en “Los fundamentos de la moral” de Henry Hazlitt-Fundación Bolsa de Comercio de Buenos Aires-Buenos Aires 1979).

Hazlitt advierte la existencia del tercer camino, por lo que escribe: “No sería factible una sociedad en la cual todo el mundo actuara según motivos puramente egoístas, ni una en la que todos actuaran según motivos puramente altruistas (supuesto que pudiéramos imaginar una o la otra). Una sociedad en la que cada uno actuara exclusivamente de acuerdo con su propio interés concebido de manera estrecha, sería una sociedad de constantes choques y conflictos. Una sociedad en la que cada uno actuara exclusivamente para el bien de los demás, sería un absurdo. Parecería que el mayor éxito se conseguiría en una sociedad en la que cada uno trabajara primordialmente para su propio bien pero siempre considerando el bien de los demás cuando sospechara una incompatibilidad entre ambos”.

“Lo cierto es que el egoísmo y el altruismo no se excluyen mutuamente, no agotan los motivos posibles de la conducta humana. Existe, entre ambos, una zona intermedia. O mejor dicho, existe una actitud o motivación que no es exactamente uno o el otro (especialmente si los definimos de manera tal que se excluyan entre sí) sino que merece un nombre diferente”.

“Me gustaría sugerir dos nombres posibles para esta actitud. Uno de ellos es de dudoso cuño: egaltruismo, palabra cuyo significado podríamos definir como la consideración tanto de uno mismo cuanto de los demás en cualquier acto o regla de acción. Una palabra menos artificialmente elaborada es, sin embargo, mutualismo. Esta palabra tiene la ventaja de existir ya, aun cuando su significado se refiera a la biología y signifique «estado de simbiosis (es decir, de vida conjunta) en el que dos organismos asociados contribuyen mutuamente al bienestar del otro». La filosofía moral podría emplear con ventaja este término (aun conservando sus implicancias biológicas)”.

Hazlitt ejemplifica las tres actitudes posibles en el caso hipotético de un incendio en un teatro. Si todos los presentes fuesen egoístas, se produciría una estampida que provocaría muchas victimas, ya que todos querrían salir primero. Si todos los presentes fueran altruistas, todos querrían salir últimos y los efectos serían similares. Si todos los presentes fuesen “mutualistas” (o cooperadores), actuarían como en el caso de un simulacro de incendio y la cantidad de victimas sería la menor posible.

Es oportuno mencionar que, históricamente, la secuencia capitalista se inicia con comerciantes que inician el paulatino abandono de la sociedad medieval para comenzar una sociedad de libre intercambio. Son los burgueses motivados por la actitud de cooperación previamente impuesta por el cristianismo medieval. De ahí que puede decirse que la tercera opción, entre egoísmo y altruismo, es la actitud cristiana que promueve “amar al prójimo IGUAL que a uno mismo”.

El capitalismo se genera a partir de las virtudes cristianas de la burguesía, en lugar del proceso inverso, es decir, el que sostienen quienes afirman que es el sistema del libre intercambio el que genera luego las virtudes de los participantes de ese proceso. Werner Sombart escribió: “En lo que hoy llamamos espíritu capitalista se esconden, aparte del espíritu de empresa y del afán de lucro, un gran número de cualidades psíquicas; de ellas tomamos un determinado conjunto al que hemos designado como virtudes burguesas, en el sentido de aquellos principios y opiniones (junto con el comportamiento y la actitud por ellos determinado) que constituyen la esencia de todo buen burgués y padre de familia, del hombre de negocios formal y «prudente». Dicho en otros términos: en todo empresario capitalista se esconde un «burgués». Pero ¿qué aspecto tiene? ¿dónde nació?”.

“Por lo que he podido comprobar es en Florencia, a finales del siglo XIV, donde por primera vez encontramos al perfecto «burgués»; tiene, pues, que haber nacido en el Trecento. Con esto queda aclarado ya que al utilizar el concepto «burgués» no me refiero a todo habitante de una ciudad o a todo comerciante o artesano, sino a una figura especial que se desarrolla precisamente a partir de estos grupos aparentemente burgueses, a una persona de muy peculiar conformación psíquica” (De “El burgués”-Alianza Editorial SA-Madrid 1972).

Las virtudes burguesas no son otra cosa que las virtudes cristianas, que implican, entre otras, vivir de una manera sencilla y responsable. La esencia del capitalismo es el libre intercambio asociado al hábito del ahorro (que conduce a la formación de capital). Para la formación de capital se requiere obligadamente adoptar una forma de vida sencilla y ordenada. Sombart escribe al respecto: “El credo de todo «burgués» que se precie, el lema de la nueva era que ahora amanece, la quintaesencia de la concepción universal de esta gente, está condensada en esta frase: «Recordad siempre esto, hijos míos; nunca permitáis que vuestros gastos sobrepasen a vuestros ingresos»”.

“Con esta frase se colocaba la primera piedra del edificio de la economía burguesa-capitalista. Pues el cumplimiento de este precepto convertía la racionalización de una:
Economización de la administración. No a la fuerza, sino voluntariamente. Pues esta economización no se refería a las economías míseras de la gente pobre que no tenía qué comer, sino a los ricos. Esto era precisamente lo inaudito, lo nuevo: que alguien contara con medios suficientes y no echara mano de ellos. Al precepto de no gastar más de lo que se ganara no tardó en seguir otro aún más importante: gastar menos de lo que se ganara, es decir, ahorrar. Con ello hacía su aparición en el mundo la idea del ahorro. Y tampoco se trataba ahora de un ahorro forzoso, sino absolutamente voluntario; del ahorro, no como necesidad, sino como virtud”.

Mientras que el mejor consejo que un padre puede darle a sus hijos es que no sean egoístas, el peor consejo es que lo sean, ya que esto implicará que les cierren muchas puertas en el futuro, y no sólo en el ámbito profesional o laboral, sino incluso en cuestiones vinculadas a las relaciones personales o afectivas. Ello se debe a la existencia de una actitud característica personal que nos conduce en forma similar en todas y cada una de las acciones y decisiones realizadas.

Mientras que los marxistas aducen que, a través del odio y la revolución, llegarán a construir la sociedad ideal, libre de odio y egoísmo, los seguidores de Ayn Rand suponen que a la cooperación social no se llegará a través de las virtudes cristianas, sino a través de "la virtud del egoísmo".

Hayek vs. Ayn Rand

Como en todos los ámbitos de la vida, los extremos pueden ser malos, por lo que casi siempre se recomiendan los términos medios. En el caso del individualismo ocurre otro tanto. Si bien la palabra “individualismo” se opone tanto a “socialismo” como a “colectivismo”, Friedrich A. Hayek distingue entre un individualismo verdadero y uno falso, siendo el primero compatible con las ideas de libertad mientras que el segundo –considera- puede conducir al totalitarismo.

En este caso, cuando existe un individualismo exagerado, o un egoísmo racional, se pierden los vínculos interpersonales y la posibilidad de todo tipo de agrupación social. El primitivo y casi imperceptible caos resultante tiende a acentuarse creando las condiciones favorables para el ascenso al poder de un líder totalitario. Respecto del falso individualismo, Hayek escribió: “Tal tipo de individualismo no solamente no tiene nada que ver con el verdadero individualismo, sino que puede resultar un grave obstáculo para el cómodo funcionamiento de un sistema individualista. Queda el interrogante de si una sociedad individualista y libre puede funcionar con éxito si la gente es demasiado individualista en su acepción falsa, si es demasiado renuente en adaptarse a las tradiciones y convenciones, y si rehúsa reconocer cualquier cosa que no haya sido conscientemente ideada o demostrada como racional a todo individuo”.

“Es al menos comprensible que la prevalencia de esta clase de «individualismo» ha hecho a menudo a la gente de buena voluntad perder toda esperanza en lograr orden en una sociedad libre y aún hacerles desear un gobierno dictatorial, con el poder de imponer a la sociedad el orden que ella no quiere producir por sí misma”.

“El individualismo auténtico se halla en abierta oposición con el falso individualismo de tipo racionalista. El primero es que –lejos de estimar al Estado deliberadamente organizado, por una parte, y al individuo por la otra, como las únicas realidades- considera las convenciones no compulsivas de relación social como factores esenciales para resguardar el funcionamiento pacífico de la sociedad humana: en tanto que, de acuerdo con el propósito de la Revolución Francesa, todas las estructuras y asociaciones intermedias tienen que ser suprimidas sistemáticamente. El segundo es que el individuo, al participar de los procesos sociales, debe estar dispuesto a conformarse a cambios y someterse a convenciones no fundadas en designios comprensibles, cuya justificación en el caso particular tal vez sea imposible reconocer, y que para él a menudo aparecerá ininteligible e irracional”.

“Tampoco es necesario insistir en que el verdadero individualismo afirma el valor de la familia, de todos los simples esfuerzos de la pequeña comunidad y del grupo; cree en la autonomía local y en las asociaciones voluntarias, y funda su hipótesis en el argumento de que mucho para lo cual se invoca la acción coercitiva del Estado, puede realizarse mejor a través de la colaboración voluntaria. Imposible hallar mayor contraste con lo dicho que el falso individualismo, dispuesto a disolver todos estos grupos más pequeños en átomos sin otra cohesión que las normas impuestas por el Estado, y que trata de hacer obligatorios todos los lazos sociales, en vez de usar al gobierno principalmente para la protección del individuo contra la asunción de poderes coercitivos por los grupos menores” (De “Individualismo: verdadero y falso”-Centro de Estudios sobre la Libertad-Buenos Aires 1968).

La postura del citado autor contrasta tanto con las posturas extremas del anarquismo capitalista como del “egoísmo racional”, agregando: “La actitud fundamental del auténtico individualismo es la humildad hacia los procesos mediante los cuales la humanidad ha logrado cosas no ideadas o comprendidas por ningún individuo y son en efecto más grandes que las mentes individuales. La gran cuestión en este momento es la de si se permitirá a la inteligencia del hombre continuar su desarrollo como parte de este proceso o si la razón humana se ha de colocar cadenas de su propia fabricación”.

“El individualismo nos enseña que la sociedad es más grande que el individuo, únicamente en la medida que alcance la libertad. En tanto se mantenga controlada o dirigida, tiene los límites de las mentes individuales que la controlan y dirigen. Si la soberbia de la mente moderna, incapaz de respetar nada que no sea controlado conscientemente por la razón individual, no aprende a tiempo dónde detenerse, podemos estar seguros como Edmund Burke advirtió, de «que todas las cosas que nos rodean se reducirán gradualmente hasta el punto de que al fin las más atractivas habrán adoptado las escasas dimensiones de nuestra capacidad mental»”.

Pareciera que los partidarios y promotores del “egoísmo racional” no hubiesen leído las advertencias de Hayek. Aunque también es posible que sigan sosteniendo que los principios de la filosofía objetivista abarquen al hombre, a la sociedad y hasta el universo entero, a pesar de que sus conclusiones se oponen a las propuestas por varias de las figuras más representativas del liberalismo. Hayek escribió: “El racionalista que desea subordinar todo a la razón humana se enfrenta, por lo tanto, con un dilema real. El uso de la razón apunta al control y a la predicción. Sin embargo, los procesos del progreso de la razón descansan en la libertad y en la impredicción de las acciones humanas. Cuanto magnifican los poderes de la razón humana sólo suelen ver una cara de aquella interacción del pensamiento y la conducta humana en dónde la razón es al mismo tiempo formada y utilizada. No ven que para tener lugar el proceso social del cual surge el desarrollo de la razón éste tiene que permanecer libre de su control” (De “Los Fundamentos de la Libertad”).

Mientras que los grandes edificios intelectuales de la física teórica y la matemática se han levantado mediante el “trabajo de hormigas” colectivo, utilizando el método de prueba y error, todavía proliferan en las ciencias sociales y la filosofía algunos iluminados que descartan el método mencionado creyendo que, mediante alguna genialidad individual, que poco o nada tiene en cuenta al mundo real, podrán “fundamentar” y deducir luego hasta los pequeños detalles de la vida en el planeta.

El racionalismo no científico, y hasta anticientífico, contrasta notablemente con los procesos que han permitido una mayor adaptación del hombre al orden natural. Para colmo, los racionalistas extremos tienden a menospreciar todo conocimiento que carezca de la coherencia que establecen los silogismos lógicos. Hayek escribe al respecto: “Extender el concepto de superstición a todas las creencias que no son verdaderamente demostrables carece de justificación y a menudo puede resultar dañoso. El que no debamos creer en nada cuya falsedad se haya demostrado, no significa que debamos tan sólo creer aquello cuya verdad se ha evidenciado. Hay buenas razones para que cualquier persona que desee vivir y actuar con éxito en sociedad acepte muchas creencias comunes, aunque el valor de esos argumentos tenga poco que ver con su verdad demostrable”.

“Destruiríamos los cimientos de muchas acciones conducentes al éxito si desdeñásemos la utilización de formas de hacer las cosas desarrolladas mediante el proceso de prueba y error, simplemente porque no nos había sido dada la razón para adherirnos al sistema. El que nuestra conducta resulte apropiada no depende necesariamente de que sepamos por qué lo es. La comprensión es una manera de hacer que nuestra conducta sea apropiada, pero no la única. Un mundo esterilizado de creencias, purgado de todos los elementos cuyos valores no pueden demostrarse positivamente, probablemente no sería menos mortal que su equivalente estado en la esfera biológica”.

“Intentamos la defensa de la razón contra su abuso por aquellos que no entienden las condiciones de su funcionamiento efectivo y su crecimiento continuo. Es un llamamiento a los hombres para que comprendan el deber de utilizar la razón inteligentemente de forma que se preserve esa indispensable matriz de lo incontrolado y lo no racional, único entorno en que la razón puede crecer y operar efectivamente”.

“La postura antirracionalista aquí adoptada no debe confundirse con el irracionalismo o cualquier invocación al misticismo. Lo que aquí se propugna no es una abdicación de la razón, sino un examen racional del campo donde la razón se controla apropiadamente. Parte de esta argumentación afirma que el uso inteligente de la razón no significa el uso de la razón deliberada en el mayor número posible de ocasiones. En oposición al inocente racionalismo que trata a la razón como absoluta, debemos continuar los esfuerzos que inició David Hume cuando «volvió sus propias armas contra los ilustrados» y emprendió el trabajo «de cercenar las pretensiones de la razón mediante el uso del análisis racional»” (De “Los Fundamentos de la Libertad”).

La limitación intelectual del racionalista extremo se advierte en la casi nula atención y mención de otros pensadores, ya que, pareciera, sólo busca la verdad en alguna parte de su cerebro o de sus ideas. Por el contrario, un científico social serio como Friedrich A. Hayek se destaca por el gran conocimiento que tiene de la mayor parte de los pensadores de su siglo e incluso de siglos pasados.

Mientras que el científico social trata de describir la realidad para una mejor adaptación al orden natural y social, el filósofo racionalista ateo, por el contrario, busca dirigir a todo individuo hacia metas propuestas por él mismo, implicando una infracción al principio liberal de la autonomía de todo individuo. Al suponer que el universo no tiene sentido alguno, el ateo trata de asignarle un “sentido artificial” que surge de su propia mente. He aquí la “grandiosidad” observada por sus seguidores y el absurdo observado por el resto. Víctor Massuh escribió sobre las “nuevas tablas” o “mandamientos” de Nietzsche: “1) El hombre creador reemplaza a Dios, legisla el bien y el mal y «crea la meta del hombre y da a la Tierra su sentido y su futuro». 2) Juicio a la cultura humana como un todo con los recursos de la agresividad, la irreverencia y la burla. 3) Exaltación del futuro al estilo de los místicos. Pero en el lugar de la eternidad sobrehistórica pone al futuro histórico….” (De “Agonías de la razón”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1994).