martes, 25 de junio de 2019

Hacia una economía humanista

Puede denominarse “humanista” a un sistema económico que contemple la posibilidad de que todos los integrantes de la sociedad accedan a un aceptable nivel de bienestar y seguridad. Adviértase que se habla de “posibilidad” y no de certeza, ya que existe una desigual predisposición y aptitud laboral entre dichos integrantes. Quienes se automarginan de la sociedad, derrochando su tiempo en ocio y en diversiones, en lugar de prepararse para la cooperación social, reducen el potencial activo y creativo del grupo social, Henry Hazlitt escribió: “El arte de la Economía consiste en considerar los efectos más remotos de cualquier acto o política y no meramente sus consecuencias inmediatas; en calcular las repercusiones de tal política no sobre un grupo, sino sobre todos los sectores” (De “La Economía en una lección”-Unión Editorial SA-Madrid 1981).

Muchos denominan “economía humanista” a aquella que aseguraría un buen nivel económico tanto al trabajador eficaz como al poco adepto al trabajo, aduciendo que todos tienen “similares necesidades”. En ese caso se advierte un desequilibrio entre la posibilidad de cubrir necesidades y el trabajo requerido para satisfacerlas. Este desequilibrio es promovido por gran parte de los políticos por cuanto contempla la posibilidad de actuar en economía bajo dos supuestos principales: redistribuir las riquezas producidas por el sector productivo (a través del Estado) y proteger a los poco adeptos al trabajo de la “voracidad” de tal sector.

En cierta forma, el político tradicional altera los valores morales, por cuanto considera “culpable hasta que demuestre lo contrario” al sector productivo (el que más coopera con el resto de la sociedad), e “inocente sin necesidad de demostrarlo” al sector que menos predisposición muestra respecto del trabajo. Para colmo, tal político ha convencido a gran parte de la sociedad de que algunos tienen la obligación moral de producir tanto para ellos como para los demás, mientras que otros carecen de tal obligación por cuanto tan sólo poseen derechos. En casos extremos, se llega a decir que “toda necesidad crea un derecho propio” (y un deber en otros) y que “el dueño de la riqueza es quien la necesita y no quien la produce”. A ello se adapta el lema socialista: “De cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad”.

Los políticos irresponsables predisponen a gran parte de la juventud a no estudiar ni trabajar, ya que “el Estado proveerá”. Como el sistema económico basado en el libre intercambio de bienes y servicios genera desigualdad económica, en lugar de criticarse al que menos trabaja (responsable principal de tal desigualdad) se critica al que más produce y más coopera con el bienestar general. De ahí que los países mentalmente subdesarrollados sean anti-empresariales y anti-capitalistas.

La envidia de los que menos producen justifica el discurso de gobernantes que proponen la “igualdad social”, o “justicia social”, entendida como la exigencia del pago de impuestos a quienes trabajan para redistribuirlos en quienes poco o nada producen. Con ello se busca, además, proteger al envidioso ante la “desigualdad social”.

Quienes estimulan la envidia generalizada sostienen que “el dinero es satánico” y abogan por su eliminación. De ahí que deberíamos retroceder hasta las épocas del trueque o algo por el estilo. También critican la acumulación de riquezas, que es esencialmente el ahorro. Sin embargo, el ahorro se asocia a una vida sencilla y de cooperación social, por cuanto los recursos no utilizados permiten la emisión de préstamos bancarios que favorecerán a quienes carecen de capital y desean comenzar una actividad productiva.

El ideal de los anti-capitalistas implica “no acaparar” capital ni tampoco bienes de ninguna clase para compartirlos con el resto de la sociedad. Sin embargo, tal actitud tiende a producir altos niveles de pobreza. Este es el caso de algunos sectores africanos en los que tradicionalmente se busca compartir la riqueza individual entre familiares, parientes y amigos, limitando la posibilidad de formar un capital. Guy Sorman escribió: “La experiencia vivida por todo empresario africano demuestra esa incompatibilidad concreta entre la empresa capitalista y las culturas locales. Si llega a crear una empresa, el fundador está condenado ya sea a la quiebra, o a romper con su familia agrandada. En el mejor de los casos puede negociar. En efecto, la familia considera que tiene el derecho adquirido de compartir de entrada no los beneficios esperados, sino el capital mismo de la sociedad. Recuerdo a un ministro senegalés que, al disponer de un teléfono en su residencia, estaba «obligado» a dejar entrar libremente a todo el barrio. Arruinado, perdió el teléfono y el ministerio”.

“La cultura africana explica también el motivo por el que las empresas verdaderas, en los lugares donde existen, se mantienen de un tamaño reducido: el empresario difícilmente puede recurrir al mercado de trabajo, su familia es prioritaria y su autoridad sólo reconocida si se la ejerce personalmente. La autoridad patronal es de difícil aceptación cuando es delegada. Por lo tanto no puede existir una patronal africana objetiva en un mercado totalmente subjetivo. Por ese motivo las grandes empresas privadas están dirigidas por «lobos solitarios» apartados de sus vínculos” (De “El capitalismo y sus enemigos”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1994).

El error de todo socialismo radica en la búsqueda de vínculos materiales entre individuos, que han de ser prioritarios a los afectivos, ya que impiden establecer una verdadera sociedad humana, sino sociedades que guardan alguna similitud con colmenas y hormigueros. De ahí el fracaso reiterado al considerar a los medios de producción como los vínculos que deben unir a los integrantes del grupo social. Incluso tal absurdo se advierte en ciertos ideólogos que proponen al intercambio en el mercado como esencia de lo que debe ser una sociedad. Mientras tanto, se descarta el vinculo afectivo asociado al “amarás al prójimo como a ti mismo” por provenir de la religión. Sin embargo, el cristianismo se adapta mejor a la naturaleza humana que cualquier forma de socialismo y también de algunas propuestas “liberales”.

Si se observa a una persona rica (por méritos productivos) y a una persona pobre (por culpas propias y de la sociedad), desde la izquierda política invariablemente se dirá que la causa de tal desigualdad se debe a “una desigual distribución de la riqueza” (se considera que los bienes son otorgados gratuitamente por Dios). Aunque también podrá decirse que tal desigualdad se debe a una desigual distribución de la producción (los bienes son creados por la inteligencia y el trabajo del hombre). En formato cristiano podemos sintetizar: Distribuye igualitariamente la siembra, que la distribución igualitaria de la cosecha se os dará por añadidura.

Economía humanista = Ahorro + Trabajo productivo
Pseudo-economía humanista = Redistribuir + No ahorrar

El proceso de africanización de la Argentina, en el sentido antes mencionado, no sólo implica que el reducido sector productivo debe compartir sus beneficios (vía impuestos) con los sectores improductivos, sino que debe también mantener al ostentoso y parasitario sector de políticos y gremialistas. Si todavía no hemos llegado a una pobreza absoluta, se debe a que mantenemos la herencia económica de épocas pasadas.

En la Argentina, la “economía humanista” ha logrado que el reducido sector productivo mantenga (vía impuestos) a más de 1,5 millones de empleados públicos en exceso, a un millón de pensionados por “invalidez” (de los que la mayoría puede trabajar normalmente), a millones de jubilados sin aportes, a millones de planes sociales, a millones de ayudas universales por hijo, etc. Esta mentalidad redistributiva, que no se considera como una aberración mental, política y económica, sino como una muestra de la “sensibilidad social” del pueblo argentino (sustentada con dinero ajeno), predomina en la sociedad de tal manera que existe gran intención de voto a favor de CFK, quien, al otorgar “generosamente” tantas gratuidades vitalicias, destruyó por muchos años la economía nacional (además de otros muchos aspectos de la nación).

Lo grave del caso es que la gran mayoría de ciudadanos, periodistas e intelectuales sólo critican los robos de la organización delictiva kirchnerista, mientras que apenas algunos mencionan la consolidación de la africanización del país, prolongada por la ineptitud macrista. Para revertir la decadencia y evitar una futura catástrofe social, es imperiosa la necesidad de combatir el subdesarrollo mental que predomina en la sociedad.

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