martes, 25 de junio de 2019

Empatía, egoísmo y altruismo

Las principales propuestas éticas, que buscan el predominio de la cooperación, o bien de uno mismo o de los demás, responden a los objetivos esquematizados a continuación:

Cooperación: el individuo A se interesa en sí mismo y también en el individuo B
Egoísmo: el individuo A se interesa sólo en sí mismo y poco o nada en el individuo B
Altruismo: el individuo A se interesa poco en sí mismo y bastante en el individuo B

Desde el punto de vista de los atributos que nos ha provisto el proceso evolutivo, sólo las dos primeras opciones tienen en cuenta nuestras actitudes básicas, mientras que el altruismo implica abandonar tanto el amor propio como el egoísmo siendo una ética esencialmente antinatural. Ello se debe a que, si alguien realiza una acción que beneficia a otra persona a costa de su propio perjuicio o incomodidad material, pero recibiendo una compensación emocional positiva, en realidad estaría cooperando con el otro. El verdadero altruismo, por el contrario, implica un hábito de vida por el cual se busca beneficiar a otros sin esa compensación emocional, especialmente cuando el destinatario es anónimo, como es el caso de la obligatoriedad impuesta por los gobiernos totalitarios respecto del trabajo personal exigido a favor del Estado (o de la clase dirigente socialista) como intermediarios de una posterior y generalizada redistribución.

La empatía, proceso que nos permite compartir las penas y las alegrías ajenas como propias, es el medio que disponemos para protegernos de una posible agresión de los demás. De la misma manera en que el miedo nos protege de nuestra propia destrucción, la empatía, al permitirnos ubicarnos imaginariamente en la situación mental o afectiva de los demás, al menos nos permite evitar perjudicarlos voluntariamente de alguna manera, incluso permitirá beneficiarlos si nuestra empatía está lo suficientemente desarrollada. De ahí que las éticas basadas en la empatía son las que mejor se adaptan al objetivo de alcanzar la felicidad individual y social tanto como nuestra supervivencia como especie.

Las éticas que proponen el “egoísmo racional” muestran cierta ignorancia respecto de los atributos que nos ha provisto el proceso evolutivo. Debe tenerse presente que, tanto la empatía como el razonamiento, cumplen funciones esenciales en el proceso de adaptación al orden natural. Sin embargo, debe priorizarse la empatía a la razón por cuanto, sin razonamiento y con empatía, podemos establecer vínculos afectivos con niños pequeños y hasta con animalitos domésticos, mientras que con el razonamiento y sin empatía, dejamos de ser seres humanos normales para acercarnos al narcisismo y a la psicopatía.

Mientras que, desde las éticas empáticas, se nos sugiere “amar al prójimo como a uno mismo”, desde las éticas egoístas se nos sugiere ser cada vez más egoístas, ya que consideran que “el amor al prójimo es inmoral”. De ahí que sea conveniente conocer las personalidades de quienes relegan la empatía a un lugar secundario exaltando el egoísmo, ya que consideran al egoísmo como una virtud.

Quienes se proponen aumentar su egoísmo personal (por considerarlo una virtud) tienden a reducir sus vínculos afectivos o sociales, por lo cual van construyendo una personalidad antisocial. Enrique Rojas describe tanto la personalidad del narcisista como la del psicópata:

“Trastorno narcisista: un patrón general de grandiosidad (en la imaginación o en el comportamiento), una necesidad de admiración y una falta de empatía, que empiezan al principio de la edad adulta. Se dan en diversos contextos, como lo indican cinco (o más) de los siguientes puntos:

1- Tiene un grandioso sentido de «autoimportancia» (por ejemplo, exagera sus capacidades, espera ser reconocido como superior sin unos logros proporcionados).
2- Está preocupado por fantasías de éxito ilimitado, poder, brillantez, belleza o amor imaginarios.
3- Cree que es «especial» y único, y que sólo puede ser comprendido o sólo puede relacionarse con otras personas (o instituciones) de alto estatus.
4- Exige una admiración excesiva.
5- Es muy pretencioso (por ejemplo, expectativas poco razonables de recibir un trato de favor especial o de que se cumplan automáticamente sus expectativas).
6- Saca provecho de los demás para alcanzar sus propias metas.
7- Carece de empatía: es reacio a reconocer o identificarse con los sentimientos y necesidades de los demás.
8- Envidia frecuentemente a los demás o cree que los demás lo envidian a él.
9- Presenta comportamientos o actitudes arrogantes o soberbios”
(De “¿Quién eres?”-Ediciones Temas de Hoy SA-Madrid 2001).

Si el egoísmo es una virtud, a mayor egoísmo más virtud; si el amor al prójimo es inmoral, mientras menos amor al prójimo, mayor virtud (simples deducciones lógicas y racionales). De esa forma se va llegando al perfeccionamiento del egoísmo y de la no empatía: la personalidad del psicópata. Enrique Rojas define así esa personalidad:

“Un patrón general de desprecio y violación de los derechos de los demás que se presenta desde los 15 años, como lo indican tres (o más) de los siguientes puntos:

1- Fracaso para adaptarse a las normas sociales en lo que respecta al comportamiento legal, como lo indica el perpetrar repetidamente actos que son motivos de detención.
2- Deshonestidad, indicada por mentir repetidamente, utilizar un alias, estafar a otros para obtener un beneficio personal o por placer.
3- Impulsividad o incapacidad para planificar el futuro.
4- Irritabilidad y agresividad, indicados por peleas físicas repetidas o agresiones.
5- Despreocupación imprudente por su seguridad o la de los demás.
6- Irresponsabilidad persistente, indicada por la incapacidad de mantener un trabajo con constancia o de hacerse cargo de obligaciones económicas.
7- Falta de remordimiento, como lo indica la indiferencia o la justificación del haber dañado, maltratado o robado a otros.

En cuanto al egoísmo, la mayor parte de los autores lo reconocen como un defecto. José Ortega y Gasset escribió: “El egoísmo consiste en no servir a nada fuera de sí, en no trascender de sí mismo. El egoísta es un hombre sin ideal”. Por otra parte, Jean-Marie Guyau expresó: “La felicidad puramente egoísta de ciertos epicúreos es una quimera, una abstracción, una imposibilidad: los verdaderos placeres humanos son todos más o menos sociales. El egoísmo puro, en vez de ser una real afirmación de sí, es una mutilación de sí”.

Émile-Auguste Alain escribió: “El egoísta hace de su propia felicidad la ley de quienes le rodean. Pero las cosas no marchan de este modo; el egoísta está triste porque espera la felicidad; es, por tanto, la ley del aburrimiento y la desgracia lo que el egoísta impone a quienes le aman o le temen”.

Respecto a los aspectos intelectuales, Jean Piaget escribió: “La construcción del mundo objetivo y la del razonamiento riguroso consisten ambas, en efecto, en una reducción progresiva del egocentrismo del pensamiento en beneficio de una progresiva socialización, es decir, de una objetivación y una puesta en reciprocidad de los puntos de vista” (Citas del “Diccionario del Lenguaje Filosófico” de Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).

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