martes, 25 de junio de 2019

Las limitaciones del objetivismo de Ayn Rand

Las filosofías objetivistas, encuadradas en el realismo filosófico, son posturas similares a la filosofía implícita en el método de la ciencia experimental. Todas adoptan como punto de partida la creencia en un mundo real que existe en forma independiente del hombre que lo observa. Nicola Abbagnano escribió: “Objetivismo: Cualquier doctrina que admita la existencia de objetos (significados, conceptos, verdades, valores, normas, etc.) válidos independientemente de las creencias y de las opiniones de los diferentes sujetos” (Del “Diccionario de Filosofía”-Fondo de Cultura Económica SA de CV-México-1986).

En cuanto a los científicos, Konrad Lorenz escribió: “La piedra angular del método científico es el postulado sobre la objetividad de la Naturaleza. Esto escribe Jacques Monod en su famosa obra «La causalidad y la necesidad». Asimismo dice que al ideario filosófico existente antes de Descartes y Galileo todavía le faltaba la rigurosa censura establecida por el postulado de la objetividad”.

“Como resulta evidente, estas dos frases exponen dos postulados, de los cuales el primero concierne al objeto de la investigación mientras que el segundo se orienta hacia el investigador. Naturalmente, si queremos dar algún sentido a nuestra indagatoria es preciso presuponer ante todo la existencia real de aquello que nos proponemos investigar. Pero, por otra parte, se le debe imponer al investigador una exigencia cuya definición no es sencilla ni mucho menos” (De “La otra cara del espejo”-Plaza & Janés Editores SA-Barcelona 1974).

La exigencia que el método científico impone al investigador implica una autocorrección de errores cuando una descripción realizada no concuerda con la realidad, debiéndola modificar o bien desechar en caso de ser dificultosa una reelaboración. Por su parte, el filósofo objetivista, al no tener que cumplir con este requisito (de lo contrario sería un científico), afronta el peligro de caer en cierta postura idealista cuando confía demasiado en sus deducciones racionales. Es decir, aun cuando adopte como punto de partida al objetivismo, sus conclusiones no verificadas pueden caer en el extremo de constituir éticas que no se adaptan a la naturaleza humana.

Este es el caso de la ética objetivista de Ayn Rand cuando propone al “egoísmo racional” como sugerencia moral que deberían adoptar los seres humanos para una mejora individual. Al no considerar prioritarios los aspectos emocionales de nuestra naturaleza humana, especialmente nuestra capacidad empática, consigue orientarnos hacia una sociedad de narcisistas y psicópatas, que son precisamente los tipos psicológicos que carecen, parcial o totalmente, de capacidad empática.

Si tuviésemos que diseñar una sociedad perdurable en el tiempo, seguramente tendríamos en cuenta dotar a cada uno de sus integrantes de cierta capacidad para compartir tanto lo bueno como lo malo que le suceda a sus semejantes. De esa manera nos aseguraríamos la existencia de una predisposición a hacer el bien y evitar el mal de los demás, por cuando ello implicaría parcialmente nuestro propio bien y nuestro propio mal.

El proceso evolutivo, en su sabiduría implícita, nos ha provisto de las emociones básicas que favorecen nuestra supervivencia (alegría, tristeza, miedo, asco, ira, sorpresa) y, principalmente, la empatía (transferencia de emociones). De ahí que exista una ética natural basada en nuestra capacidad para compartir alegrías y tristezas ajenas.

Debido a que también existe la posibilidad de una “empatía negativa”, por la cual la alegría ajena nos genera tristeza propia, y el dolor ajeno alegría propia, es necesario el razonamiento para permitirnos corregir nuestras actitudes destructivas. Respecto de Charles Darwin leemos: “Su propósito era mostrar que las emociones responden a una lógica evolutiva y que, como tales, son el resultado de la selección natural, como cualquier otro rasgo que haya sido seleccionado por contribuir a la supervivencia o al éxito reproductivo. Si las emociones están ahí tanto en el hombre como en los animales es porque desempeñan una función adaptativa, o por lo menos la han desempeñado en algún momento del pasado”.

“Estas consideraciones supusieron una notable revolución científica en aquella época, pues con ellas se ponía fin a la concepción predominante hasta entonces según la cual las emociones sólo entorpecían el pensamiento lógico y las decisiones racionales. Al contrario, el miedo nos permite huir o prepararnos para el ataque en presencia de un peligro. A su vez, otras emociones como, por ejemplo, el amor contribuyen a reforzar los vínculos con las demás personas, lo que a su vez incrementa nuestra probabilidad de supervivencia (al empujarnos a buscar el bienestar del individuo al que apreciamos), de mantener la especie (mediante la procreación) o de hacer frente a las dificultades («la unión hace la fuerza»)” (De “El cerebro y las emociones” de Tiziana Cotrufo y Jesús Mariano Ureña Bares-Editorial Salvat SL-Barcelona 2018).

La ética cristiana, por la cual se sugiere compartir las penas y las alegrías ajenas como propias, resulta compatible con el proceso evolutivo y con la empatía. Tiene en cuenta las emociones básicas del ser humano y sugiere acentuarlas en función de los resultados concretos que producen. De ahí que no resulte extraña la animadversión de Ayn Rand en contra del cristianismo, por lo que expresó en una entrevista: “No es sólo inmoral amar al prójimo como nos han enseñado tradicionalmente, es imposible” (En www.youtube.com).

Si bien es imposible “amar al prójimo como a uno mismo” no es inmoral “amar al prójimo”. Si consideramos al mandamiento cristiano como una actitud a adoptar, implica justamente una tendencia moral que orientará nuestra vida futura, y no como un objetivo concreto a lograr. Por el contrario, es inmoral y antinatural la sugerencia hacia el “egoísmo racional” por cuanto conduce al narcisismo (débil empatía) o bien a la psicopatía (ausencia de empatía). Es decir, se pueden comprobar fácilmente los resultados de comportamientos empáticos tanto como aquellos puramente racionales, pudiéndose concluir que la ética randiana resulta inmoral desde el punto de vista de las leyes naturales que rigen nuestra conducta y del proceso evolutivo que permite la supervivencia humana.

Otras expresiones de Ayn Rand son las siguientes: “Los hechos son hechos, independientemente de las emociones, los deseos, las esperanzas o los miedos de los hombres”. Esta expresión tiene validez para los fenómenos descriptos por la física o la química, pero no para los fenómenos sociales, ya que, en el caso de la economía, las decisiones individuales dependen de factores subjetivos, especialmente emocionales, que hacen que el pronóstico económico sea imposible de establecer con cierta seguridad.

La inexistencia de un sentido del universo también se advierte en la mencionada autora, no teniendo presente que la existencia de leyes naturales invariantes asegura cierta finalidad implícita del universo, si bien esa finalidad puede ser considerada tanto “buena” como “mala”, según las opiniones humanas. Al respecto expresó: “No existe ningún designio en la naturaleza”. “El hecho de que la naturaleza siga ciertas leyes, no es el resultado de un plan, sino de la ley de Identidad”.

Una filosofía que pretenda ser objetivista debe necesariamente ser compatible con aquellos conocimientos aportados por la ciencia experimental y que hayan sido suficientemente verificados. Por el contrario, la postura de los seguidores de Ayn Rand siguen desconociendo el mundo objetivo de los fenómenos naturales (especialmente humanos y sociales) para seguir fielmente un racionalismo alejado de la realidad.

Quienes pretenden que sea el egoísmo el fundamento del capitalismo, solo consiguen denigrarlo. Por el contrario, Max Weber en su libro “El protestantismo y el espíritu del capitalismo” asocia las virtudes cristianas a la vida simple y al hábito del ahorro, que es la esencia de la formación posterior del capital productivo. Sólo la persona que prioriza lo afectivo y lo intelectual está en condiciones de restringir gastos superfluos en el presente para asegurar el futuro.

Mientras que, para el cristiano, es el amor al prójimo una virtud y el egoísmo un defecto, para Ayn Rand el amor al prójimo es un defecto y el egoísmo una virtud. Si las virtudes, en el sentido cristiano, favorecen el ahorro y la formación de capital, seguramente que ello no ocurrirá en el caso de una “ética” totalmente opuesta.

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